miércoles, 4 de julio de 2007

Monseñor: me acuso de ser liberal


Erick Picado Argüello
Tomado de La Nación.


Vengo a ti, obispo emérito, para acusarme de ser liberal. La santa Iglesia me ordena que mínimo una vez al año acuda a un sacerdote para confesar mis más bajas actuaciones del instinto humano. Mucho he pecado, amado pastor, pero me germinan dudas sobre mi pecado liberal, que, de acuerdo con su convicción emérita, es el más nefasto de mis actos. Sí. Soy liberal.

No sé qué maquinación satánica envolvió mi alma arrastrándome a creer en esa doctrina que me permitió la libertad, y esa maldita libertad me impulsó, cual huracán, a pensar. Sí, he pensado.

Y por medio de esa facultad poco usual entre los de nuestra especie, llegué a la conclusión de que la libertad del ser humano es el mayor de los tesoros: libertad para pensar, decir, actuar, elegir. Y la razón me ha dictado que la libertad absoluta no existe, que los derechos ajenos son y seguirán siendo el límite de mis actos. Por mucho que busco no encuentro, Excelencia, un mentís a la sentencia de que a mayor libertad individual, mayor progreso económico y social.

He recorrido los escondrijos de la historia, y no poseo pruebas de ningún país que aplique políticas liberales y que sea pobre, atrasado o incapacitado para competir ante los retos del mundo. También he llegado a la conclusión de que nunca, y aquí perdóneme, nunca, monseñor, ningún modelo latinoamericano al que acusen de neoliberal ha sido, ni por asomo, liberal, y que lo más cercano ha sido la experiencia chilena, ese pobre Chile que hoy es la economía más dinámica, fuerte y optimista del tercer mundo. Monseñor: sé que soy liberal; por ende, ¿debo sentirme pecador?

Igualitarismo. Necesito una luz que me guíe. No quiero renunciar a mi libertad para elegir los servicios públicos y privados que exige mi rol de vida. No quisiera estar subyugado al capricho de unos pocos para decidir qué, dónde, cómo y cuándo comprar, porque, al igual que San Pablo, quiero adherirme a la libertad con que nos ha llamado Cristo. Los que me impiden ser libre enarbolan una palabreja pronunciada así cómo ‘igualitarismo’: ¿le suena? Ese absurdo e inmoral igualitarismo pretende que sea igual que todos, que coma la misma sustancia innombrable que ellos habitúan, y que me sienta contento de sufrir penalidades en este mundo, ergo valle de lágrimas.

Pero, monseñor, nunca he sido rico ni poderoso. Con enormes esfuerzos me he preparado y ascendido en la escala social. Ahora quieren que pare, que me detenga, que sea igualitario con aquellos que jamás se preocuparon por estudiar, que se enquistaron en un sindicato a parasitar, con quienes han hecho de la lucha de clases su modus vivendi y con quienes callan…

No quiero ser igual a ellos. Pero yo no quiero regalías, favoritismos ni prebendas. Créame, monseñor, que deseo oportunidad para demostrar de qué soy capaz y concretar mis proyectos con la satisfacción que luché y alcancé.

Los que callan, los que no sueñan, los que temen al futuro y sus retos son sectarios. ¿Lo es usted?

Tengo miedo, reverendo. Miedo a especímenes que campean por doquier en este país. Son, en pocas palabras, los que callan. Callan ante las violaciones de los derechos humanos en Cuba, China, Venezuela, Nicaragua, y de ETA.

Silencian su lengua cuando se les pide una explicación de su añejo silencio por la matanza comunista en la historia: monseñor, cien millones de personas eliminadas por clamar libertad como lo solicito hoy: Stalin, Pol Pot, Hoenneker, Mao… sin dejar de recordarle a los de por aquí.

Esos que callan son peligrosos porque no dejan traslucir la verdad, enorme como el Himalaya, de que Stalin mató más que Hitler, y de que la hoz y el martillo reventaron más inmisericordemente la dignidad humana que la esvástica. ¿Usted lo cree así, padre?

Soy liberal porque amo la libertad humana. La libertad me conduce a la verdad, y la verdad me lleva a ser coherente entre la palabra y la praxis.

Si de solidaridad se trata, quisiera escucharle la exigencia para que quienes abusan sexualmente de niños sean encarcelados y degradados al estado laical. Subsidios. ¡Otra frasecita neoliberal, monseñor! Pues ¡a que no se ha referido a los subsidios del catolicismo en el mundo para las familias de niños abusados sexualmente! Millones de dólares que hubiesen aliviado el hambre y la miseria de muchos pobres. Coherencia. ¡Qué difícil, Excelencia!

Yo lo que pido es libertad. Soy liberal, y no sé si algún día dejaré de serlo. Pese a todo, ¿me absuelve, monseñor?

1 comentario:

Claudio Mora dijo...

Yo también quiero confesarme.