viernes, 8 de febrero de 2008

EE. UU., de maestro a alumno

Kenneth Rogoff.

Profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard y ex-economista jefe del FMI.

Tomado de La Nación.



Mientras sigue desatándose la crisis financiera con ribetes épicos de Estados Unidos, no se puede más que esperar que los estrategas políticos norteamericanos sean la mitad de buenos para escuchar el consejo de los países en desarrollo de lo que son para brindarlo. Los norteamericanos no parecen tomar conciencia de que su colapso de hipotecas de alto riesgo tiene demasiado en común con muchas crisis bancarias, posteriores a 1945, que tuvieron lugar previamente en todo el mundo.

El consuelo es que existen muchos estrategas altamente distinguidos, en funciones o no, especialmente de países de mercados emergentes, que han visto esta película antes. Si los estrategas políticos norteamericanos tan solo escucharan, podrían captar una idea o dos sobre cómo hacer frente a las crisis financieras de boca de expertos que han pasado por ellas y han salido a salvo.

Desafortunadamente, el paralelismo entre la crisis de Estados Unidos de hoy y las crisis financieras previas no es una simple hipérbole. Los paralelos cualitativos son obvios: los bancos utilizan préstamos fuera de balance para financiar operaciones altamente riesgosas, instrumentos financieros nuevos y exóticos y una exuberancia excesiva por la promesa de nuevos mercados.

Pero también existen fuertes paralelismos cuantitativos. Junto con la profesora Carmen Reinhart de la Universidad de Maryland, hemos comparado sistemáticamente el período previo a la crisis hipotecaria de EE. UU. con el período previo a las 19 peores crisis financieras en el mundo industrializado en los últimos 60 años. Se incluyen crisis épicas en los países escandinavos, España y Japón, además de episodios menores como las de ahorro y préstamo norteamericanas de la década de 1980.

Prácticamente en todos los indicadores principales –inclusive las carreras de los precios accionarios e inmobiliarios, los déficit de la balanza comercial, los incrementos en el endeudamiento gubernamental y de los hogares y las trayectorias de crecimiento precrisis–, encienden luces rojas para EE. UU. Es decir, los crecientes flujos de capital que ingresaron a EE. UU. mantuvieron artificialmente bajas las tasas de interés e inflaron los precios de los activos, lo que derivó en una laxitud de los estándares bancarios y regulatorios y, en definitiva, en un colapso.

Cuando Asia y Latinoamérica tuvieron crisis financieras en la década de 1990 y principios de la del 2000, escucharon el consejo del FMI y también el de una cantidad de pequeños paneles compuestos por personas eminentes que representaban a diversos contextos y experiencias. EE. UU. debería hacer lo mismo. El director del FMI, el francés Dominique Strauss-Khan, podría elegir un panel de lujo conformado por diversos países que han sufrido crisis, como México, Brasil, Corea, Turquía, Japón y Suecia, para no mencionar Argentina, Rusia, Chile y muchos otros.

Sin duda, el panel del FMI tendría que pasar por alto la actual hipocresía de EE. UU. El Tesoro norteamericano alentó enfáticamente a Asia a ajustar la política fiscal durante su crisis de la década de 1990, pero hoy el Congreso y el presidente de los EE. UU. se abocan a adoptar un gigantesco paquete de estímulo fiscal desacertado, cuyos efectos principales consistirán en atar las manos al próximo presidente al simplificar el código impositivo y cerrar el déficit presupuestario.

Los norteamericanos le dijeron firmemente a Japón que la única manera de depurar su economía era purgando a los bancos insolventes y regenerando el sistema financiero a través de una “destrucción creativa” schumpeteriana. Hoy, las autoridades norteamericanas parecen dispuestas a contemplar cualquier medida, no importa cuán inflacionaria sea, a fin de asegurar que ninguno de sus principales bancos y casas de inversión caiga en bancarrota.

Durante años, los Gobiernos extranjeros se quejaron de los fondos de cobertura norteamericanos, con el argumento de que su comportamiento para nada transparente planteaba riesgos inaceptables para la estabilidad. Hoy, muchos políticos norteamericanos se quejan de la transparencia de los fondos de riqueza soberana (inversores de grandes gobiernos principalmente de Asia y Oriente Medio), que están comprando acciones en activos norteamericanos tales como Citibank y Merrill Lynch.

En realidad, que países como Rusia y China estén más comprometidos con el bienestar de la economía norteamericana no sería algo malo. Sí, el FMI debería desarrollar un código de conducta voluntario para los fondos de riqueza soberana, pero no se lo debería utilizar como una herramienta para imponer el proteccionismo financiero.

Durante años, muchos nos hemos quejado de que los mercados emergentes necesitan mayor representación en la gobernación financiera global. Hoy, la cuestión va más allá del simbolismo. La economía estadounidense está en problemas y los problemas que genera probablemente no se detengan en sus fronteras. Expertos de mercados emergentes y otras partes tienen mucho que decir sobre cómo hacer frente a las crisis financieras. EE. UU. debería empezar por escuchar, antes de que sea demasiado tarde.



EyP

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